Friday, November 12, 2010

Fire: en bus a Nueva York

En el mes de agosto fui con una tía de vacaciones a la ciudad de Nueva York y por un instante creímos que íbamos a morir.

 Vacacionar consiste en dejarse perder entre los encantos ocultos de lo desconocido, pero aquel terminó siendo un viaje reflexivo ligado al peligro. Viernes tres, cuatro de la tarde. El día está lluvioso y mi cabeza nublada. Me encuentro haciendo tiempo en una de las salas de internet de la Biblioteca Principal de Cambridge en Boston. Mi tía y yo acordamos encontrarnos a las cinco. Media hora más tarde voy de regreso en bicicleta a tomar una ducha y recoger el equipaje. Nos encontramos en el Central Square como acordamos, hacemos varias transacciones con el cajero automático de un banco y el humano de un Dunkin Donuts en la Mass Av., para desde allí tomar la línea roja del metro, cambiar a la verde y llegar hasta la estación MBTA, donde con suerte abordaríamos el bus de las 6 con destino a la Gran Manzana. Y así mismo fue. 

Soyy de las personas que disfrutan del trayecto de sus viajes. Normalmente exijo asientos con ventana en los aviones para solo ver nubes, y montañas desde autobuses. Fung Wah ofrece un servicio de transporte económico, pero ¿además seguro? Mi tía me pide el asiento con ventana y yo cedo; tal vez intercambiamos en la parada de descanso en Connecticut. 

Ell viaje va muy bien. Ya ha transcurrido una hora y continuamos el descenso hacia el Empire State por la Interestatal 95. Mientras tanto, yo y mi tía hablamos de la familia y recordamos nuestro último viaje juntos a Nueva York ocho años atrás, porque aquella fue una historia para recordar y porque conducir perdidos en Manhattan durante horas con tremendo aguacero y sin GPS buscando la salida hacia Nyack para terminar durmiendo metidos en una van, resultó en aquel momento ser, simplemente, demasiado, ¡emocionante! Y después de hablar y recordar descubro casi por accidente que tienen wi-fi en el bus. Me conecto para desconectarme; mi tía también se conecta y me muestra las fotos colgadas en Facebook de su visita a Haití después del terremoto y antes del cólera: una triste realidad. 

Transcurre el tiempo. Tal vez con suerte logro cerrar los ojos por un instante. De repente el bus empieza a detenerse; tengo la sensación de estar en mi país. ¿Qué pasa? El chofer abre la puerta y permite la entrada a un hombre uniformado, un policía. Ya entiendo. El policía fue quien ordenó al chofer detenerse. ¿Para qué? Trato de encontrar la respuesta en la cara de mi tía y los demás pasajeros pero solo logro confundirme más. No entendemos what is going on here. "You sir, stand up and please follow me", le ordena el policía a un pasajero ubicado en las primeras filas de asientos. Mi tía y yo los vemos desde atrás. ¿Pero y qué fue lo que yo hice oficial? "I haven't done anything wrong…" a lo que el policía responde: "You know what you did. Come with me". Y en medio de aquella escena nos encontrábamos todos, mirándole la cara al pasajero sospechoso y al policía; tratando de entender lo que sucedía. Seguramente este pasajero hizo algo malo. De la víctima no sabemos mucho, pero es aquel que está sentado al lado del tipo que se quieren llevar preso. Luego nos enteraremos que fue el denunciante quien realizó la llamada al 911 desde su teléfono móvil para hacer la denuncia: acoso sexual, sobadera.

 La víctima habría sido muy específico al reportar el incidente, porque el policía supo qué bus debía detener, entre tantos; y a cuál pasajero debía llevarse, entre muchos. El acusado de acoso tendría unos sesenta años de edad, vestía saco y corbata, llevaba sombrero y maletín, y en otro momento de la historia lo veremos fumando una pipa, como aquellos ejecutivos que disfrutan de sus viajes de negocio. Y si bien era cierto que su vestimenta le daba un aspecto de viajero amistoso, también lo era el hecho de que ahora lo veíamos con cara de perdedor avergonzado y sin palabra. Pero tuvo suerte. Y en vez de ser llevado por el policía, el infractor encontró su buen samaritano, otro pasajero, de color, que pasó a la historia con la siguiente frase: "I can switch with him, officer".

El acusado de acoso y el hombre de color intercambiaron asientos. Y resuelta la situación, el agente dice adiós, mientras reitero mi percepción de que Nueva York es una ciudad interesante por muchas razones.

 Afuera está oscureciendo. Me encuentro recostado escuchando repetidamente la canción "Missing the Light of the Day", de Air: una genialidad deprimente. Han transcurrido tal vez quince minutos después del episodio entre el policía y los pasajeros, cuando de repente el chofer empieza a detener el bus nuevamente. ¿Y ahora qué pasa? ¿Qué es lo que dicen los de atrás? Los pasajeros de las últimas filas buscan algo detrás de los cristales, ¿habrán visto un accidente? What the fuck is happening now es la actitud. Y entre el desconcierto, la duda y la desesperación del que no sabe lo que se aproxima pero sabe que no es bueno, aparece el humo que viene desde el motor ubicado en la parte trasera del bus.

  Fire!, grita una mujer. 

Y fue a partir de aquel momento cuando el pánico hizo con nosotros aquello que suele hacer con la gente cuando cree que se va a morir; aquello altamente contagioso que suele incrementar el número de víctimas en situaciones de emergencia y que generalmente se acompaña de empujones, pisones, jalones y dolores de cabeza.

 "Oh my God, the bus is going to explode", grita una mujer en medio del corredero y el descontrol en aquél sálvese quien pueda. Y por un instante creímos que íbamos a morir. 

El humo te puede desmayar, el fuego carbonizar pero una explosión te hará volar en mil pedazos. "Go go go go go!", me decía el pasajero que iba detrás con voz de juguete desprogramado. Pero no hubo explosión. 

Todos logramos escapar del peligro y ya estamos a salvo, fuera del bus, en la autopista. Y justamente en aquel momento fue cuando nos topamos con la pasajera de rasgos asiáticos, que si no hubiera tenido aquella cara de espanto hubiese dicho que es una de estas mujeres de las que disfrutan de sus viajes de negocio. Iba caminando en el borde de la autopista como si anduviese perdida. Mi tía la abraza para consolarla. "Everything's alright", le digo sintiendo algo en el corazón, Really? me responde mirándome a los ojos, como si le hubiese dicho que podía ver luego de una ceguera en cuarentena y Saramago. 

Aquel pareció ser un momento de gloria y fue bajo esa llovizna en medio de la nada cuando sentí que contaba con la protección de una fuerza mayor; tal vez sea Dios. Y tal como en las escenas de las películas gringas, aparecieron de repente los bomberos entre las luces de la autopista, vistiendo pesados uniformes, llevando sus linternas y precisas instrucciones. 

Lo primero que hicieron los bomberos fue cercar el área fijando el perímetro establecido en el protocolo. La joven de rasgos asiáticos está más tranquila y ahora todo lo que nos dice lo acompaña de una sonrisa nerviosa, seguramente porque después de creer que moriría, habría recapacitado y recordado que por el simple hecho seguir viva tenía razones para estar feliz. 

Miro hacia mi izquierda y veo dos bomberos intentando darle una instrucción al chofer del bus, que de paso no habla inglés. A mi derecha está el acusado de acoso fumando su pipa, como el que disfruta de un viaje de negocios. El acusado de acoso le ofrece con natural cordialidad una sombrilla a la muchacha de rasgos asiáticos, ella acepta. Todo ahora parece bajo control. Un pasajero nos cruza y pregunta si hemos visto su equipaje perdido. A mi tía le falta un zapato. Todos ahora nos hacemos la misma pregunta: ¿Cuándo llegaremos a nuestro destino? ¿Cómo llegaremos a Nueva York? 

La pasajera de rasgos asiáticos ahora sirve de traductor del chofer que no habla inglés, tal vez sea china: "He says there's another bus in its way and it will be here in about an hour".

 Ya no hay humo. Los bomberos se marchan. "You guys can wait inside the bus", nos dice el último en despedirse.

 Adentro del bus todavía huele a quemado, pero el Wi-Fi sigue intacto. Aprovecho y subo a Facebook una foto que hice con mi teléfono móvil. En ella se muestra parte de lo acontecido. Mi tía y yo nos entretenemos leyendo los comentarios que mis amigos en República Dominicana iban dejando:
  - “¡Les cabe demanda por el susto y el daño emocional!” 
- “Vamos a buscarnos un par de pesos”
 - “Oye pero si fuera aquí uno le entra a bejigaso al freco y se lleva el secreto a la tumba” (refiriéndose al acusado de acoso).
 - “Yo me imagino esa vaina, siempre hay una doña que se pone mala” 
- “Primo, esta es una buena oportunidad para hacerte rico… ” 

Durante aquella espera mi tía recibe varias llamadas y envía algunos mini mensajes. Llega el siguiente bus y el resto es otra historia.

 Domingo cinco de agosto, ocho de la noche. Mi tía y yo estamos de regreso a Boston. Ninguna novedad acerca del bus que nos llevó de regreso. No es necesario mencionar que para el viaje de retorno optamos por utilizar el servicio de otra compañía de transporte diferente a Fung Wah. 

 Nueva York fue una experiencia a todos los niveles. Las mochilas están ahora más pesados. ¡Y adivinen! Nos encontramos con la misma pasajera de rasgos asiáticos que iba con nosotros en el bus de ida. ¡Increíble! Y allí, mientras nos desplazábamos en el subterráneo, ella, sosteniéndose en uno de los tubos del tren para lograr equilibrio, nos contó sobre sus días en Nueva York. Le fue muy bien. Tuvo una reunión con un cliente el sábado en la mañana y se pasó el resto del fin de semana en casa de unos amigos… como una ejecutiva de las que saben disfrutar de sus viajes de negocio. Yo volví a Santo Domingo al día siguiente y no me hice millonario. 

Hoy mi tía me pregunta cuándo será nuestro próximo viaje juntos a Nueva York pasada la pandemia.